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LA DOMESTICACIÓN SOCIAL A TRAVÉS DEL NIÑO

  • Foto del escritor: Alberto Colombo
    Alberto Colombo
  • 28 mar 2019
  • 6 Min. de lectura

Cuando hay quienes obedecen es porque hay otros, en general unos pocos, que mandan. La industria farmacéutica es una socia de ese ordenamiento social, controlando a los “espíritus inquietos”. Es decir, cómplice del poder. En tal sentido, la infancia fue tempranamente el primer objetivo de intervención por parte de la psiquiatría. La problemática conductual en diferentes etapas de la infancia y la adolescencia es donde cabe advertir sobre la complejidad del tema y el riesgo en la adopción de algunos enfoques. Nuevas concepciones ideológicas vienen sacudiendo las bases de la sociedad, alterando algunos presupuestos básicos que la constituían. Desacomodan y remueven la idea de la persona, liberada a asimilaciones, una cadena de transformación y productor de cultura, en sociedades que afianzaban una concepción de familia que sostenía principios conservadores, aferrada a la jerarquía del patriarcado seguía siendo un ítem relevante, y la inocencia infantil un mito a preservar. La psiquiatría se propuso tempranamente en el siglo XIX, intervenir en la familia y en la escuela, ámbitos donde debían encontrarse todas las señales patológicas, todos los indicios de anormalidad. La infancia fue tempranamente el primer objetivo de intervención y según Foucault, es a través de la conceptualización del llamado niño idiota, luego retrasado y débil mental, que la psiquiatría comenzó su generalización como práctica. Desde esta perspectiva es necesario comprender a la psiquiatría y a la psicología como disciplinas cuyo objetivo fue ejecutar un nuevo tipo de poder que el orden burgués que nacía, imponía en la sociedad de la época, el poder de normalización. Foucault llamó función psi a esa ejecución combinatoria de disciplinas, psiquiatría, psicología, y psicopedagogía, orientadas a diferenciar normales y anormales, pero sobre todo a intentar corregirlos. Según Néstor Braunstein, la clasificación psiquiátrica es un lenguaje arbitrario y conjetural, que busca establecer diferencias, incluye y excluye, y al final divide a la humanidad en especies muy distintas. Si bien la noción de “anormal” no se utiliza directamente en el presente, el eufemismo de trastorno o desajuste, implica las mismas significaciones. Según la Organización Mundial de la Salud el 17% de los niños padece alguna patología psiquiátrica. Pero qué se entiende por patología psiquiátrica resulta una definición siempre discutible desde la causalidad de los trastornos del comportamiento. La Prof. Adriana Cristóforo, docente de la Facultad de Psicología, es quien manifiesta: “es contraproducente diagnosticar con el título de trastornos psiquiátricos a los niños, porque se corre el riesgo de rotularlo con una enfermedad mental cuando, en verdad, se trata de un individuo dinámico en plena transformación”. La clasificación psiquiátrica ajustó todos sus parámetros a la farmacología disponible, sometiéndose a los intereses de la industria del medicamento. Una larga lista de autores analizaron y denunciaron este problema. La aparición de los manuales clasificatorios llamados DSM (Diagnostic and statistical manual of mental disorders), introdujeron la noción de trastorno mental, lo que permitió una ampliación asombrosa de la patologización de la conducta y las reacciones humanas. El nuevo modo psiquiátrico de clasificar a las personas prácticamente podía alcanzar a cada ser humano a lo largo de su vida. En la secuencia del desarrollo infantil es cuando los momentos de pasaje de un período a otro en ese proceso, que se disparan los problemas que llevan a la consulta con especialistas en psiquiatría o en psicología. Entonces se atribuye como factor de esos trastornos al mal funcionamiento familiar, lo que ha originado tratamientos psicoanalíticos tan costosos y prolongados como inútiles. Entre las preocupaciones manifiestas, se destaca la incertidumbre por la estructuración psíquica de los sujetos nacidos en circunstancias diferentes de las tradicionales, tales como los bebés de probeta, los embarazos logrados mediante maniobras médico-técnicas, los implantes de semen de donante en mujeres que integran parejas heterosexuales u homosexuales, o que eligen ser madres solas, los niños adoptados por parejas homosexuales o por hombres o mujeres sin pareja, etc. ¿Estarán estos niños diferentes en condiciones de organizar un psiquismo humano aceptable? ¿Establecerán un vínculo de apego con su objeto primario? ¿Podrán insertarse en una díada de sostén que habilite el pasaje a la triangularidad? ¿Quién hará de soporte representante del tercero, del orden de la cultura? En términos psicoanalíticos, ¿triangulará lo suficiente para habilitar un tránsito edípico que lo deposite al borde de la adolescencia, para que pueda iniciar un saludable camino hacia la exogamia? Pero detrás de estas preguntas explícitas, se agazapa la ansiedad ante las arenas movedizas de los posibles replanteos teóricos que implicarían la aparición de nuevas subjetividades que obliguen a nuevas vueltas de tuerca en los razonamientos y construcciones metapsicológicas y, aun, el posible cuestionamiento de todo un aparato teórico que nos es familiar. Según Foucault (2013) la sociedad occidental redujo todas las oposiciones existentes, lo bueno y lo malo, lo prohibido y lo permitido, lo legal o ilegal a la simple oposición entre lo normal y lo patológico, basada en último término en la oposición locura-razón. También se ha agregado otra “patología infantil”, importada desde la psiquiatría del adulto, que es el trastorno bipolar. Esta problemática es sin duda otro artefacto, es decir un diagnóstico difícil de sostener en la realidad clínica, más allá de la existencia real de episodios depresivos en la niñez. Consideremos otros dos problemas que han dado lugar a vacilaciones o discusiones académicas, especialmente relacionadas con el período juvenil, que se superpone con el período de escolarización. Uno, es el llamado trastorno de hiperactividad por déficit atencional: lo que suponía una suerte de relación causal entre la incapacidad para concentrarse en las tareas escolares y la hiperactividad, esta problemática fue acompañado por la aparición de una medicación de la familia de las anfetaminas denominada ritalina. Este enfoque entusiasmó, y aún entusiasma, a las maestras que pasaron a recomendar el empleo de la ritalina, con o sin consulta con el especialista. Algunos niños se distraen en clase –o simplemente se aburren– pero no son hiperactivos; otros tienen mala conducta pero son capaces de concentrarse en las tareas cuando se emplean recursos didácticos adecuados. El resultado de toda esta confusión es que muchos niños reciben esa medicación durante el período escolar.Alerta la Prof. Cristóforo, existe un abuso del uso de medicación como recurso terapéutico en nuestro país. En su opinión es altamente perjudicial el suministro de antidepresivos a los niños por dos razones fundamentales: en primer lugar, porque ese gesto suele ser el prólogo de una vida adulta marcada por el empleo de medicación psiquiátrica. En segundo lugar, porque la prescripción generalizada de antidepresivos está cada vez más cuestionada en cuanto a su eficacia, tanto en niños como en adultos. Por otra parte tampoco se trata de eternizar la permanencia de los niños en años de “psicoterapias” que con frecuencia son también el prólogo de una dependencia de por vida. Aquel señalamiento de Foucault, que la psiquiatría y la psicología nacieron para ejercer esa función normalizadora, se presentan como una dramática actualidad. La psiquiatría fue parte de un operativo socioeconómico exitoso. Impuso una forma naturalizada de pensar a los otros, extendida ampliamente, al mismo tiempo que un modo de intervenir y administrar el comportamiento de las personas fundamentalmente a través de la farmacología, pero a también a través de una red de instituciones y profesiones que en muchos casos se han vuelto verdaderos negocios.

Nos encontramos bombardeados por las posibilidades de rápidos cambios, impulsados por la efectividad de las tecnologías, y por transformaciones sociales respecto del esquema de la familia y de las conformaciones sociales. Esa celeridad, percibida como mayor que la de los siglos precedentes, adquiere un carácter vertiginoso gracias a la velocidad de transmisión y recepción de la información.

En esta actualidad se carece de un modo de pensar cuestionador, revulsivo, que subvierta los sentidos precisos y aceptados para controvertirlos, de modo que pueda escucharse la voz de lo silenciado, de lo escondido detrás de las fachadas idealistas, puritanas, y los órdenes establecidos, tanto en lo individual como en lo colectivo. Para Foucault, se debe en primer término, despatologizar la locura y reivindicarla como oposición cultural posible, negándonos a reducir la conducta humana en términos de normalidad y patología, produciendo en última instancia una despsiquiatrización de esos modos de mirar. Por eso necesitamos ayudar a que los niños crezcan como seres libres, sin perjuicios

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